No es aún el fin, pero la entrada de los rebeldes libios en la capital Trípoli supone una importante etapa en la lucha de la oposición contra el régimen de Muamar Gaddafi. El avance es también importante para la OTAN, que desde el 31 de marzo ha realizado unas 7.500 operaciones de combate contra soldados e instituciones que responden a ese líder y ahora debe revisar la oposición interna en torno a la operación militar. Ya se vislumbra la pregunta de cómo continuará esa estrategia tras la caída del régimen.
¿Participaría la OTAN en una tropa de paz si lo considera necesario la ONU o el Consejo de Transición rebelde? Desde hace semanas, el secretario general de la alianza, Anders Fogh Rasmussen, ha instado a la comunidad internacional a prepararse para la etapa post Gaddafi. Y en el que caso de que se envíen tropas de paz, Alemania posiblemente tendría que participar. El ministro de Defensa germano, Thomas de Maizière, espera que Libia no necesite presencia militar, sino "ayuda económica e infraestructural, quizá también para reconstruir las fuerzas de seguridad; si es algo diferente, lo analizaremos de forma constructiva".
El secretario de Defensa estadounidense saliente, Robert Gates, habló de una OTAN dividida en dos. Y tras once meses de intervención, se quejó de que a los primeros aliados se les acabó la munición de precisión, una consecuencia de ahorros drásticos en los presupuestos de Defensa. Ahora, nueve de los 28 miembros de la OTAN participan en la operación libia.
La OTAN también tiene que hablar con Rusia: Moscú está profundamente enfadado porque en los bombardeos aliados ve una violación de la resolución de la ONU que sólo permitía proteger a los civiles. "Libia no es sólo nuestro bebé", se decía ayer en la sede central de la OTAN, donde la opinión general es que es toda la comunidad internacional debe estar dispuesta a ayudar al país árabe. La Unión Europea dispone de poco más de 7.000 millones de euros para ayudar a las naciones que sufrieron cambios democráticos. La tarea prioritaria de los europeos sería la reconstrucción de las relaciones económicas sin precondiciones. Y la lección del pasado es que la democracia no se puede ordenar desde fuera.